lunes, 12 de noviembre de 2007

Carta a ti (Tratado II)

Dulce es la luz que emana de tus ojos por la mañana y radiante es el perfume de tus cabellos. La mañana, junto a tu rostro, trae hermosos sentimientos que pocos son los mortales que han logrado sentirlos. Y ahí yace mi cuerpo inmutado por la belleza y paralizado, porque no, por el deseo.

Las rosas, amargas en su soledad, pueden envidiar tus rojos de amor, y las libélulas podrían envidiar tu gracia. Yo solía ser, pero ahora soy. Y sólo me refiero a la relatividad del ser en relación al tiempo y su atemporalidad.

Anacrónicos son los tiempos en que temía tu partida; del verdor de tus estepas siempre me quedan sus alegrías y constantes matices matutinos, justo cuando el sol se va de paseo con las montañas. Me gusta ver como tus notas juegan por los parajes de tus cordilleras, mientras el cóndor vuela alto buscando posarse. Corres, corres sin poder ni querer pararte, divertida como sueles hacerlo en tus sueños diurnos.

De tu caricia constante dejas algunos electrones cargados en mi piel que me hacen vibrar cuando de ti me acuerdo. ¿Y qué decir de tu risa risueña?, ¿de tu amabilidad gentil?. Hoy, mucho puedo decir, mas sólo me dedicare a verte, a observarte, a escudriñar tu silueta, como un bebé lo hace con el mundo que lo rodea, para no olvidar detalle de ti, mis comentarios los dejaré para mis bitácoras de viaje en ese país de inolvidables aventuras.

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