De
repente volvió la mirada y se encontró con aquel espectáculo macabro.
Y ahí
en medio del bosque, justo cuando el sol empezaba su andar matutino, comprendió
que el camino de regreso sólo se le extendía frente a él, como una senda
interminable, que cada vez más lo alejaba de aquella ciudad de altas murallas y
paredes blancas. Así espueleó a su caballo tordo, que con paso cansino se fue
alejando, perdiéndolo en la sutil bruma entre los arboles.